Viendo siempre al sol

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Por Claudia Higueros de Alonzo

Era febrero de 2012, tenía casi 40 años. Mi vida era como la de cualquier otra persona: corría todo el día para atender a mi familia, trabajar, estar en buena condición física… Pensaba que todo lo tenía bajo control. Había algo que me preocupaba un poco: una pelotita de un centímetro en mi pecho izquierdo. El radiólogo dijo que su apariencia era benigna. Sin embargo, en noviembre del 2013 me extrajeron la masa y al enviarla a patología, regresó con una inesperada y triste noticia: yo sufría cáncer de mama.

Mi vida me pasó en mi mente en cinco segundos. Pensé en mi familia y todos mis seres queridos. Mi corazón se apretó de la angustia. Pero unos segundos más tarde, todavía en shock, empezamos con mi esposo a dar los primeros pasos para pelear contra la enfermedad. Mis papás me apoyaron desde el primer momento. Recuerdo cómo mi mamá me abrazaba muy fuerte y mientras llorábamos juntas, ella me decía: «¡Ay mi nenita linda!»

Junto a mis padres y mi esposo buscamos apoyo médico. El Dr. Federico Castillo, fue no solo una inmensa fuente de información sino un ángel en este proceso. Él coordinó todo con los cirujanos y doctores que me tratarían y además, nos proporcionó mucha esperanza gracias a la compasión y al cariño que nos demostró desde el inicio. Esto, junto a la esperanza de que el cáncer estuviera poco avanzado, me daba muchos ánimos. Sentía un gran optimismo. El cual era apoyado por muestras de cariño de todos lados: me llegaban palabras bellísimas, cadenas de oración pidiendo por mí, regalos, muestras de apoyo, cuidados, invitaciones, flores… ¡me sentí inundada de cariño! Además, me di cuenta cómo la fe alimentaba mi ánimo. Rezaba muchísimo.

El 5 de diciembre me operaron. La cirugía duró 9 horas. Los médicos descubrieron que el cáncer se había corrido a mis ganglios del lado izquierdo y tuvieron que quitarlos todos. La enfermedad estaba avanzada: estaba en la etapa IIIC. En esta montaña rusa que es ser diagnosticado de cáncer, uno de los bajos es descubrir que la situación es peor de lo que uno imaginaba. Pero siempre se tiene que mantener el optimismo y pensar en el vaso medio lleno. O como me dijo mi mamá: «Tú como los girasoles, viendo siempre al sol».

cancer

Durante mi recorrido, conocí historias de personas que estaban en etapa más avanzada que yo y estaban sanas y felices muchos años después de haber sido diagnosticadas. Incluso, llegué a repetirme muchas veces la frase de una amiga sobreviviente: «Hay que aceptar el diagnóstico, pero no el pronóstico». Siempre tuve clarísimo que tenía que «empoderarme» y hacer todo lo que estuviera en mis manos para ganar esta batalla. Uno es más fuerte de lo que se imagina.

Después de recuperarme de la mastectomía, me colocaron un catéter debajo de la piel, el cual estaba conectado a la aorta para recibir por allí la quimioterapia. Recibí este tratamiento durante cuatro meses y medio. Cuando terminó me di cuenta que había superado otra meta y otro miedo. En este proceso, que quizá ha sido lo más duro que he vivido, me acompañó otro ángel: el doctor Mario Fredy Sandoval.

La quimioterapia trajo además, quedarme sin cabello. A pesar de lo duro que esto puede sonar, he de decir que fue de lo más fácil y divertido que me sucedió. Mi hijo mayor me ayudó a rasurarme la cabeza… lo hacía mientras ambos nos reíamos todo el tiempo. Luego, mis hijos no paraban de besar y acariciarme mi cabeza. Mis sobrinos decían que era cool, mis amigos y familia me decían que me miraba muy linda y yo me sentía como estrella de rock.

Claro que las náuseas y los malestares de la quimioterapia fueron terribles, pero cada día malo me hacía apreciar más los días buenos. Además, cada día malo se lo entregaba a Dios y poco a poco pasaba un día, luego otro, y así hasta que me sentía bien otra vez. Los días buenos los llenaba de desayunos, refacciones, almuerzos, hasta viajes, con amigos y familia… Una amiga corrió una carrera por mí, y un grupo de amigos y mi esposo corrieron una maratón vistiendo una camiseta con mi nombre y el listón de cáncer de mama. Este tipo de gestos me conmovieron muchísimo. Mis hijos y mi esposo trajeron a un cachorrito para ayudarlos durante este tiempo tan duro, pero resultó ser que a la que más ayudó Rocky fue a mí, porque paré totalmente enamorada de mi acompañante de quimioterapias.

Un tiempo después me sometí a radioterapia. Recibí este tratamiento hasta los ganglios del cuello. Las molestias eran mucho menores a las de quimioterapia. Durante este período conocí a muchas personas luchadoras y que enriquecieron mucho mi vida. Por ejemplo, mi inspiración es Gaby, una niña con un valor impresionante.

Después de un tiempo, me sometí a otra cirugía para que me retiraran el catéter. Luego de esto me quedé recibiendo cada tres semanas un tratamiento especial para mi tipo de cáncer. Este ya no tenía los efectos de la quimioterapia, pero igual me cansaba mucho y me disminuía los glóbulos blancos; suponía además un potencial riesgo para mi corazón.

Sin embargo, en mi vida los milagros no han dejado de aparecer. Hay grandes milagros como el resultado de mi escáner, el cual salió totalmente limpio. Resultado que nos llenó de agradecimiento y nos hizo llorar de la felicidad y de agradecimiento a Dios. Y también hay pequeños milagros. Solo despertarme en la mañana es para mí un milagro y razón de expresarle a Dios mi agradecimiento porque tengo salud, puedo estar con mi esposo, puedo abrazar a mis hijos, querer a mi familia y amigos. Nunca más he vuelto a tomar por sentado mi salud y la de mi familia. No necesito ser perfecta, ni linda, ni adinerada, ni popular, ni siquiera culta…solo necesito estar sana y estar con la gente que quiero, para ser feliz.

Durante todo este viaje, tuve la suerte inmensa de conocer un grupo de mujeres hermosas y fuertes, que me ayudaron a manejar los síntomas del tratamiento, pero también a subirme los ánimos demostrándome su cariño y hablándome de su experiencia. Son mi grupo de «survivors», son mis hermanas del corazón. Este grupo fue creciendo pues íbamos incluyendo a mujeres que fueron diagnosticadas y que nos permitían compartir con ellas nuestro cariño, oraciones, palabras, tips, libros… No tengo duda que lo que más llena el corazón es ayudar a otros, por eso, todo nuestro grupo decidió aportar su granito de arena al gran trabajo que desarrolla la Fundación de Amigos contra el Cáncer (FUNDECAN).

En resumen, el cáncer ha sido una bendición enorme en mi vida. Cuando miro mi vida antes y después, me doy cuenta de que solo tenía momentos de felicidad, pero la paz y la dicha que conozco ahora son verdaderos y permanentes.

 


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