Violencia invisible: una realidad en la crianza

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Dice un dicho que “las palabras convencen, pero el ejemplo arrastra”, y no hay nada que describa mejor el educar a un hijo, porque los formamos constantemente, incluso cuando no nos damos cuenta. El lenguaje que usamos, la manera de dirigirnos a ellos y a otras personas, nuestros miedos, nuestros aciertos ¡Todo los educa!

El ejemplo es tan poderoso que se pasa de hijos a padres. Es muy común repetir con nuestros hijos lo que recibimos de nuestros padres. Ellos lo hicieron lo mejor que pudieron, con los recursos y herramientas que tenían en ese momento y, además en algunas ocasiones, con una crianza acompañada de amenazas, manipulación emocional y hasta castigos. Algo que hasta hace poco no se consideraban violencia, sino un medio para educar y quizá enseñar a los chicos que “así es la vida”.

Generalmente cuando pensamos en violencia hacia los niños, la visualizamos de manera física, pero también existe la violencia invisible, que es aquella que ejercemos con nuestro lenguaje o con las acciones que tenemos hacia ellos.

Sobre estos pequeños gestos y acciones, que pueden marcar tanto una vida, encontramos un libro maravilloso: El valor de cuidar, de Andrea Zambrano y María Ángeles Jové — madres y coaches de Educar es Emocionar—, y lo hemos exprimido para sacar algunos consejos (que valen oro) y explicaciones que seguramente te harán meditar.

Esas cosas de las que no nos damos cuenta

Es un hecho que si algo no tiene un nombre, para nosotros no existe. Y justamente eso es lo que sucede con las “pequeñas” actitudes violentas que pueden estar presentes en nuestro día a día, ya sea generadas por el estrés y la frustración, o simplemente porque no tenemos las herramientas necesarias como padres para poder afrontar una situación.

Afortunadamente los profesionales de la psicología las han nombrado y ahora podemos identificarlas, sabemos que las comparaciones, amenazas, exigencias, chantajes, control, etc. son violencia invisible. Pero ¿qué forma pueden tomar? Estas son algunas:

Castigos

Por generaciones, el castigo ha sido una de las herramientas más usadas, y probablemente una de las menos efectivas, ya que nace desde el control y la exigencia poco sana. Al castigo se le ha atribuido erróneamente que los niños aprenden al aplicarlo, pero contrario a eso, este crea una fractura en el vínculo con ellos.

El castigo puede ser sustituido fácilmente poniendo límites, que aunque no es fácil, es de gran provecho, no solo porque no generan violencia sino porque lo que estos buscan es cuidar de las necesidades de los niños y no hacer daño. Aunque tu hijo los tome a mal, no los entienda o no esté de acuerdo con ellos, es una manera de demostrarle que te importa, y llegará el momento que lo percibirá de esta manera.

No entender el término jerarquía correctamente

Es muy sencillo: el valor como persona de tu hijo es el mismo que el tuyo. Nunca pienses que al ser tú el adulto, tus necesidades están por encima de las de tus hijos, o que no merecen el mismo respeto.

Encuentra ese balance entre corregirles y respetarlos. Sé el adulto que necesitan.

Victimizarte para conseguir lo que necesitas

Para tus hijos tú eres su mundo, realmente eres importante y harán cualquier cosa por ti (sí, hasta los adolescentes). No los manipules para conseguir lo que quieres, puedes hacerlo desde el respeto y la honestidad. Ellos te van a entender.

Desprecios

Quizá estas sean las acciones más normalizadas. Desde una respuesta vaga hasta ignorarlos por estar en el celular, pequeñas onomatopeyas como «fff» o «bah» o las comparaciones cuando se equivocan. Con ellas estamos transmitiendo que no nos importa lo que dicen o que no tenemos el tiempo para ellos. Todo entra en esta clasificación.

¿Qué desencadena la violencia invisible?

La pregunta es ¿cómo puede existir la violencia invisible hacia lo que más amamos, nuestros hijos? Sencillamente es provocada por la rutina. Estamos agotados, piensa en esos días en que los niños no quieren irse a dormir o que ignoran tus indicaciones y te hacen salir tarde de casa. Cuando ves que no hay colaboración y te sientes sobrecargado y acabas teniendo una conducta violenta, gritas y amenazas porque tu necesidad de calma está en riesgo.

¿Cómo puedes evitarla?

La clave, según Andrea Zambrano y María Ángeles Jové, está en la comunicación. Si la familia comunica sus necesidades adecuadamente todo irá bien. Exprésale a tus hijos tus necesidades como padre, y pregúntales a ellos las suyas. Colaboren juntos.

Ambas también hacen énfasis en los cuidados que debemos tener unos con otros y en ser pacientes con nosotros mismos en cuanto a nuestro desempeño como padres. Es importante no sentirte culpable por no ser el padre o madre perfecto siempre y perder la paciencia de vez en cuando. Como apunta Andrea Zambrano en el libro: “hay que ser padres suficientemente buenos: tenemos mucha presión por hacerlo perfecto. Pero con llegar a un 50%, suficientemente buenos, ya hemos creado un apego seguro”.


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